Abrí los ojos, recibiendo los buenos días con una sacudida
en la cabeza. Para rematar, los vecinos de arriba, un matrimonio gruñón,
estaban de nuevo con alguna estúpida disputa doméstica. La voz aguda de la
mujer, atravesaba las paredes y perforaba en mi cráneo para resonar
cansinamente. Me eche la almohada encima de
la cara, saque una pierna, y con mis dedos toque el frío suelo. No había
motivos para salir de la cama, hasta que me apeteció un cigarrillo, resistí lo
que pude, que no fue mucho, al menos no lo suficiente.
Siempre solía dejar el paquete de tabaco al lado de la cama,
para circunstancias como estas. Sin embargo el paquete estaba tirado en la
mesa, que me sirve como escritorio, podría decirse que es un escritorio que
utilizo como mesa. Apenas tengo una foto de la familia que deje atrás, en una
vivienda no mucho mayor que la mía, pero donde sobra espacio a raudales, es lo
que tiene dejar de compartir casa con cinco hermanos, dos hermanas, una madre y
un abuelo.
Por eso aunque después de tres años que me costó darme cuenta que el agente
inmobiliario me estafo, al venderme una caja de sardinas a un precio
desorbitado- las he visto más grande en el chino de abajo- todavía me parece una mansión. Junto a la
fotografía- donde salimos todos apretujados, que parecemos una familia de
siameses- hay una carta de mi madre, poniéndome de aviso de la llegada de mi
hermana, que no podía haberse ido, con Doug a New York; todavía no me hago la idea,
de tener que compartir mi lata de sardinas, pero no me puedo negar a acoger a
la familia, y menos cuando es la favorita de la cabeza de la familia,- mí
madre- ya que ella misma se encargaría de venir hasta Los Ángeles, y ensañarme
lo que se hace con quienes deniegan de la familia. No tengo dudas, solo falta
de ganas.
Cogí el cigarro; al lado del paquete hay un vaso con
bourbon; debo estar haciéndome viejo,
nunca dejo un vaso lleno antes de irme a dormir, tampoco me olvido de las
cosas, ni recelo de la compañía. Serán las cosas que me esperan en el futuro, o
solo me pase de rosca; la botella vacía en el escritorio y la del suelo, me
hacen pensar en la segunda.
Tomé asiento, y me puse a colocar los papeles desperdigados,
mientras apuraba el vaso.
La pareja, parecía haber encontrado una solución a su
problema y había derivado en otra clase de ruidos, procedentes de donde no
tenía que haber salido. El ruido del teléfono, intentaba enmascarar los jadeos
y el rechinar de muelles. No lo consiguió, pero fue un buen intento, así que lo
cogí.
-Carruthers, detective privado- conteste
-Señor Carruthers...- dijo una voz monótona y suave, de
mujer, al otro lado.
-Sí, el mismo, puedo repetírselo.
-¿Cómo?- farfullo-
-¿Qué quiere?
-Sus servicios.
-De limpieza, u otros tipos de servicio.
-Se está quedando conmigo- gruño enfadada, más le vale pagar
bien.
-No solo que por la mañana digo tonterías,- y por la noche
idioteces,pensé- desde donde llama...-
- Desde el despacho de Alfred Harris ¿por qué lo pregunta?
-Para pedirle que se pase, es la dirección que viene junto
al número de teléfono.
-Me lo han dado, y le gustaría que fuera usted quien se
pasara por el suyo.
-Veo que también le han informado que no cobro por
desplazamiento. A qué hora y donde.
-A las doce le viene bien- afirmo más que pregunto, sería el
único hueco en la agenda.
Miré el reloj, tenía tiempo de sobra- Me parece buena hora-
-Bien, pues a las doce en el 1244 de Santa Mónica Boulevard.
Pregunte por el señor Harris.
La mujer colgó al instante. Seguía teniendo tiempo, pero no
iba a desaprovecharlo sujetando un auricular.